jueves, 8 de julio de 2010

A odiar se aprende

Tuve hace una hora un encuentro cercano con lo que parece que se han dado a llamar "los naranjas".

Salí de casa con mi novio y llegamos a la esquina de Corrientes y Medrano. Ahí, en cada una de las esquinas había chicos de colegio secundario, algunos con planillas para juntar firmas, otros con pasacalles que desplegaban cuando cortaba cada semáforo. Tenían remeras que decían "Familias formando familias". Mi reacción inicial fue una mezcla de muchas cosas: indignación, pena, y principalmente una sensación física, ese temblor que sobreviene en las situaciones de impotencia.

Mientras decidíamos qué hacer (pero seguros de que algo teníamos que hacer), se nos acercó uno de estos chicos, de no más de 17 años. Mi novio le preguntó para qué estaban, y nos dijo que para defender la familia, según su concepto: mamá, papá e hijos. Traté de explicarle que existen muchos otros modelos de familia. No que van a existir: que ya existen. Empezó a acercarse gente, a escuchar y a aportar. También se acercaron otros naranjas a defenderlo. Uno en particular me llamó la atención por la seguridad con la que apretaba "play" en su discurso. Trató con bastante éxito de no nombrar a Dios al principio, hasta que yo lo mencioné y no pudo ocultarlo más. Yo le hablé de que la religión no tenía lugar en las discusiones de temas civiles. Le hablé de la separación de la Iglesia y el Estado (frente a lo cual me mencionó el artículo de la Constitución). Le expliqué que el matrimonio civil no tiene que ver con ninguna Iglesia. Le hablé de que esto no es una teocracia, que la Biblia no es la Constitución. Le expliqué que si yo decidía casarme con mi novio, no lo iba a hacer por Iglesia y mi matrimonio iba a ser 100% válido. Y de que no me casaría específicamente para procrear (para lo cual no necesito casarme, por otra parte), sino para compartir derechos legales. Le hablé de que las familias con padres del mismo sexo ya existen, y de que no tienen derechos iguales. Le hablé de que existen estudios científicos que dicen que los hijos de familias con padres homosexuales son exactamente iguales que los de familias con padres heterosexuales. Le expliqué que aún si se pudiera probar que de los padres homosexuales sólo salen hijos homosexuales, igual no sería argumento para que los homosexuales no criaran hijos (a menos que uno piense, como tuvo que finalmente admitir, que la homosexualidad no es "normal"). Le expliqué que, a pesar de su creencia, no hay explicaciones definitivas sobre las causas de la homosexualidad. Le hablé de la mezcla de las condiciones hormonales en el útero, la genética, la crianza. Le hablé de la familia que conozco en la que tres de los cuatro hijos son homosexuales, pero los dos más chicos, gemelos, son uno y uno, por lo cual es difícil afirmar que la crianza o la genética sean por si solas la única causa de la homosexualidad. Le expliqué que la homosexualidad no es un trastorno psicológico, como él afirmaba. Que las asociaciones de psiquiatría del mundo (que uno supone que son las que determinan qué es un trastorno psicológico y qué no) hace muchos años que ya no lo consideran así. Le hablé de la prohibición de los matrimonios interraciales en Estados Unidos, y de cómo nadie puede decir hoy que no haya sido una aberración. Logré que entendiera que eso era una injusticia. Traté de explicarle que si se hubiese puesto a votación, tal vez se habría votado en contra, por lo cual es el Estado, y no la gente, el que tiene que legislar sobre los derechos. En fin, expuse muchísimos argumentos. Los suyos, bueno, los de siempre, los que están en los panfletos que les reparten en el colegio, llenos de imprecisiones, o de mentiras lisas y llanas. Dios, la normalidad, la familia tipo. O bien, "es cuestión de opiniones". Desconocía que hubiese estudios científicos llevados a cabo con hijos de parejas homosexuales, desconocía que la homosexualidad hace años que no se define como enfermedad, desconocía que la Iglesia no tiene derecho a meterse en el Estado. Que la orientación sexual no es una elección.

Le comenté a alguien cuánta tristeza me daba que los indoctrinen así y los manden a militar en base a tantas mentiras y tanto odio. Me dijo "tal vez no los mandan, tal vez ellos tienen una opinión formada". A lo cual me gustaría responder (a riesgo de que la Ley de Godwin invalide mi argumento), que a nadie lo torturaban para ingresar en la Juventud Nazi. Se puede indoctrinar sin obligar. Es posible formarse opiniones erróneas cuando las personas en las que uno confía, sus padres, sus educadores, le dan a uno información errónea, maliciosa, y le ponen en las manos las herramientas para militar en favor de esas mentiras.

Nadie nace odiando. A odiar se enseña y se aprende. Lo dijeron hermosamente Rodgers y Hammerstein en una de las canciones más bellas y significativas del musical "South Pacific":

"You've got to be taught
To hate and fear
You've got to be taught
From year to year
It's got to be drummed
In your dear little ear
You've got to be carefully taught.

You've got to be taught to be afraid
Of people whose eyes are oddly made,
And people whose skin is a diff'rent shade,
You've got to be carefully taught.

You've got to be taught before it's too late,
Before you are six or seven or eight,
To hate all the people your relatives hate,
You've got to be carefully taught!."
-Oscar Hammerstein, 1949 "South Pacific"