viernes, 20 de marzo de 2015

El piropo

El "piropo" es una invasión del espacio íntimo de la mujer, que el hombre dispensa de manera certera para que la mujer comprenda exactamente cuál es su posición en este mundo. El hombre, amable o groseramente, según su personalidad, le explica a la mujer (a la que no le interesaba saberlo) si es deseable para un hombre o no, si sus elecciones de vestuario de ese día han subido o bajado su valor en el mercado de la carne femenina. El hombre cree que la mujer desea saber exactamente cuánto vale ese día para él, un desconocido cuyos gustos e intereses le son indiferentes, excepto en la medida en que puedan poner en riesgo su seguridad física en ese momento. 
El hombre usa el "piropo" con la mayor perversión: creyendo que está diciendo algo "poético", en realidad está eligiendo expresar que algunas mujeres valen más que otras, explícitamente mediante el "piropo" e implícitamente mediante su omisión (como en la viñeta). Es indispensable hacerle comprender a esa mujer que pasa que la única medida de su valor es la que le asigne en ese momento el hombre, y que el día en que deje de recibir "piropos", su valor de mercado se habrá reducido irremediablemente, a menos que vaya al gimnasio o se haga un aumento mamario o un lifting. 
A veces, el hombre, magnánimamente, elige voluntariamente decirle "algo lindo" a una mujer que le parece gorda, fea o vieja, para que "se sienta bien". En su gran sabiduría, digna del rey Salomón, elige utilizar su poder (que claramente comprende que tiene, aunque elija negarlo para no tener que reflexionar sobre sus acciones) para el bien y otorgar una limosna a quien lo necesita. Presuntamente, la mujer fea, gorda o vieja volvería a sentirse deseada por los hombres y, por ello, su valor autopercibido aumentaría (no importa que tenga cinco doctorados, 6 cátedras en Harvard o haya sido la primera astronauta en pisar la luna: el hombre le dijo un "piropo", y ella, que creía que no valía porque no le decían "piropos", ahora sabe que vale y se siente bien). El verdulero considera que la autoestima de la doctora aumenta o disminuye según él, él y él. 
Esa es la perversión del "piropo". A falta de poder introducir otra cosa en el cuerpo de la mujer, el hombre elige introducir en el cerebro de ella su juicio de valor. Poner a la mujer en su lugar. Demostrarle que no tiene poder para no ser evaluada abiertamente y a la vista de todos como una vaca en el Mercado Central, como un esclavo en el mercado de esclavos.
El hombre que "piropea" no puede concebir que sus juicios de valor no sean importantes, válidos o dignos de ser expresados a viva voz (¡Él es un hombre! ¿Cómo podría ser concebible que su opinión no fuese válida e importante?). No se le pasa por la cabeza que no es normal que uno le exprese en voz alta a un desconocido lo que opina sobre él. Todos realizamos juicios a priori cuando nos cruzamos con cualquier persona en la calle. Yo puedo pensar "ese tipo no me resulta atractivo por su exceso de peso", "me da asco el pelo de ese tipo", "la ropa que se puso ese otro me resulta ridícula" o "ese tipo me resulta amenazante", pero elijo no compartirlo, porque ninguno de ellos me pidió mi opinión. 
Yo no quiero que un hombre desconocido me meta nada en el cuerpo. Y mi cerebro es la parte de mi cuerpo que más me interesa. Así que no quiero que me metan ninguna imagen que no deseo. En la tele, cambio el canal. En la calle, no puedo cambiar el canal. Tengo que escuchar lo que el hombre decida decirme e, incluso, sonreír, para no quedar como malcogida. El "piropo" es un juego de poder, y una manifestación del privilegio del hombre. El hombre que no lo entiende es el hombre que ha decidido no poner en tela de juicio su propio privilegio (que sabe que tiene, pero que no tiene ganas de perder). Pero el que quiere, puede. Sólo hay que tratar de escuchar y entender al que está en el otro extremo de ese privilegio. En este caso, las mujeres. Que somos seres humanos, no cachos de carne.



jueves, 8 de julio de 2010

A odiar se aprende

Tuve hace una hora un encuentro cercano con lo que parece que se han dado a llamar "los naranjas".

Salí de casa con mi novio y llegamos a la esquina de Corrientes y Medrano. Ahí, en cada una de las esquinas había chicos de colegio secundario, algunos con planillas para juntar firmas, otros con pasacalles que desplegaban cuando cortaba cada semáforo. Tenían remeras que decían "Familias formando familias". Mi reacción inicial fue una mezcla de muchas cosas: indignación, pena, y principalmente una sensación física, ese temblor que sobreviene en las situaciones de impotencia.

Mientras decidíamos qué hacer (pero seguros de que algo teníamos que hacer), se nos acercó uno de estos chicos, de no más de 17 años. Mi novio le preguntó para qué estaban, y nos dijo que para defender la familia, según su concepto: mamá, papá e hijos. Traté de explicarle que existen muchos otros modelos de familia. No que van a existir: que ya existen. Empezó a acercarse gente, a escuchar y a aportar. También se acercaron otros naranjas a defenderlo. Uno en particular me llamó la atención por la seguridad con la que apretaba "play" en su discurso. Trató con bastante éxito de no nombrar a Dios al principio, hasta que yo lo mencioné y no pudo ocultarlo más. Yo le hablé de que la religión no tenía lugar en las discusiones de temas civiles. Le hablé de la separación de la Iglesia y el Estado (frente a lo cual me mencionó el artículo de la Constitución). Le expliqué que el matrimonio civil no tiene que ver con ninguna Iglesia. Le hablé de que esto no es una teocracia, que la Biblia no es la Constitución. Le expliqué que si yo decidía casarme con mi novio, no lo iba a hacer por Iglesia y mi matrimonio iba a ser 100% válido. Y de que no me casaría específicamente para procrear (para lo cual no necesito casarme, por otra parte), sino para compartir derechos legales. Le hablé de que las familias con padres del mismo sexo ya existen, y de que no tienen derechos iguales. Le hablé de que existen estudios científicos que dicen que los hijos de familias con padres homosexuales son exactamente iguales que los de familias con padres heterosexuales. Le expliqué que aún si se pudiera probar que de los padres homosexuales sólo salen hijos homosexuales, igual no sería argumento para que los homosexuales no criaran hijos (a menos que uno piense, como tuvo que finalmente admitir, que la homosexualidad no es "normal"). Le expliqué que, a pesar de su creencia, no hay explicaciones definitivas sobre las causas de la homosexualidad. Le hablé de la mezcla de las condiciones hormonales en el útero, la genética, la crianza. Le hablé de la familia que conozco en la que tres de los cuatro hijos son homosexuales, pero los dos más chicos, gemelos, son uno y uno, por lo cual es difícil afirmar que la crianza o la genética sean por si solas la única causa de la homosexualidad. Le expliqué que la homosexualidad no es un trastorno psicológico, como él afirmaba. Que las asociaciones de psiquiatría del mundo (que uno supone que son las que determinan qué es un trastorno psicológico y qué no) hace muchos años que ya no lo consideran así. Le hablé de la prohibición de los matrimonios interraciales en Estados Unidos, y de cómo nadie puede decir hoy que no haya sido una aberración. Logré que entendiera que eso era una injusticia. Traté de explicarle que si se hubiese puesto a votación, tal vez se habría votado en contra, por lo cual es el Estado, y no la gente, el que tiene que legislar sobre los derechos. En fin, expuse muchísimos argumentos. Los suyos, bueno, los de siempre, los que están en los panfletos que les reparten en el colegio, llenos de imprecisiones, o de mentiras lisas y llanas. Dios, la normalidad, la familia tipo. O bien, "es cuestión de opiniones". Desconocía que hubiese estudios científicos llevados a cabo con hijos de parejas homosexuales, desconocía que la homosexualidad hace años que no se define como enfermedad, desconocía que la Iglesia no tiene derecho a meterse en el Estado. Que la orientación sexual no es una elección.

Le comenté a alguien cuánta tristeza me daba que los indoctrinen así y los manden a militar en base a tantas mentiras y tanto odio. Me dijo "tal vez no los mandan, tal vez ellos tienen una opinión formada". A lo cual me gustaría responder (a riesgo de que la Ley de Godwin invalide mi argumento), que a nadie lo torturaban para ingresar en la Juventud Nazi. Se puede indoctrinar sin obligar. Es posible formarse opiniones erróneas cuando las personas en las que uno confía, sus padres, sus educadores, le dan a uno información errónea, maliciosa, y le ponen en las manos las herramientas para militar en favor de esas mentiras.

Nadie nace odiando. A odiar se enseña y se aprende. Lo dijeron hermosamente Rodgers y Hammerstein en una de las canciones más bellas y significativas del musical "South Pacific":

"You've got to be taught
To hate and fear
You've got to be taught
From year to year
It's got to be drummed
In your dear little ear
You've got to be carefully taught.

You've got to be taught to be afraid
Of people whose eyes are oddly made,
And people whose skin is a diff'rent shade,
You've got to be carefully taught.

You've got to be taught before it's too late,
Before you are six or seven or eight,
To hate all the people your relatives hate,
You've got to be carefully taught!."
-Oscar Hammerstein, 1949 "South Pacific"

miércoles, 28 de octubre de 2009

Piece of cake

La fórmula de la felicidad: casarse con una mujer más educada y al menos 5 años menor


Un estudio realizado por científicos del Reino Unido asegura que para que una relación dure se necesita que haya al menos esa diferencia de edad y que ellas sean más instruidas que los hombres.



Universitario o menos, 36 años o más... Escucho ofertas.


Aunque otros científicos han presentado teorías alternativas:


("If you wanna be happy for the rest of your life,
Never make a pretty woman your wife,
So from my personal point of view,
Get an ugly girl to marry you.")

jueves, 8 de octubre de 2009

Sépanlo

Los que me dicen que soy capaz de dormirme en cualquier lado, sepan esto: una vez me quedé dormida más diez minutos acostada boca arriba en una pelota de esferodinamia (de gimnasia, digamos), en equilibrio (es difícil de explicar si nunca lo hicieron, pero les aseguro que es prácticamente imposible). Así que si me ven dormida en un sillón, o en mi escritorio, sepan que soy capaz de mucho más.

(PD: Mi abuelo decía que era capaz de dormirse haciendo la plancha; se ve que es de familia)

martes, 1 de septiembre de 2009

Si me maquillo en el espejo del baño, voy al living y siento que me pinté como una puerta. Si me maquillo en el espejo del living, voy al baño y siento que me pinté como una puerta. ¿Qué onda? Yo creí que era un tema de luces...

Ah, y además ayer jugué al ajedrez en un laberinto con un tigre.

(Este post forma parte de mi seminario: "Cómo convertir un post baladí en una sutilísima referencia a Borges" :P ).

miércoles, 26 de agosto de 2009

Decreto paulidencial 01/09

A partir de la fecha, todo barrio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cuyos negocios cierren sus puertas en horario de la "siesta" perderá su denominación de "Capital" para pasar a denominarse "Provincia". Archívese y notifíquese.

martes, 25 de agosto de 2009

El living del amor

Hay un sillón en el Starbucks del Abasto en el que no sé por qué fenómeno físico, químico, psico-ántropo-sociológico o lumínico, las parejas parecen creer que se vuelven invisibles a los ojos del resto de la humanidad. En todos los sillones suele haber parejas besuqueándose con ruido toda la tarde (cosa que no pasa en otros lugares que yo haya visto, pero bueno, tal vez sea el formato sillón), pero este sillón en particular parece ser el reservado. La gente se chapa como si estuviera en el famoso túnel de Amerika. Y tiene rotación permanente, se va una pareja y cae otra, y se va esa y cae otra, y todas le dan como si estuvieran en el living de su casa. Entiendo que el sillón está semioculto por un costado gracias a una columna, pero desde el 85% del café (y desde la calle) el sillón se ve perfectamente. En fin, curiosidades que uno observa cuando decide irse a trabajar a otro lado.